Las historias de terror de Tinder ya son todo un subgénero. Todo usuario ocasional o frecuente, tiene alguna historia patética para contar, o para ocultar según los límites de su sentido del humor. Y como el mío es bastante elástico, aquí va mi tinder epic fail.
Después de poner fin a una relación intensa pero saturada de drama, tenía ganas de pasarla bien, divertirme un rato, conocer gente interesante e intentar una relación con alguien que no fuera un seductor super depresivo como mi ex, etc. Todo al mismo tiempo, claro.
Así que muy a mi pesar, y de regreso al tedio de las citas después de una temporada como geisha monogámica, no se ocurre mejor idea que probar con Tinder. Mal. Y conste que no soy una ilusa, eh? me he resignado más de una vez a las reglas tácitas y amargas del mercado sexual... pero aún así, siempre queda algún timo por conocer. Grrrrr!
Ya instalada en el sistema, y luego de de una esperable racha de sexo impersonal apenas más efectivo que el onanismo, aparece este P.S. Un tipo que no tenía mucho para ofrecer en ningún registro -pobre flaco- era una especie de promedio del hombre sin gracia. Nada malo para decir de él, ni nada particularmente interesante tampoco.
Ni ganas tuve de mentirme. Qué bajón este candidato -me dije- si le doy pista a este bodrio a cuatro manos, más vale me den un premio a la militancia heterosexual. Ufa >_<
El pibe insistía, le ponía onda, buena voluntad, y -esta es la clave- tenía algo distinto a todos los demás: se lo sentía honesto. También algo sufrido e inseguro pero con ganas de pasarla bien, qué sé yo... como cansado de saltar de liana en liana, con ganas de confiar y ponerse íntimo.
Pero todo esto era comunicado subliminalmente, diría, sin ningún tick de romántico inversímil. P.S. se mostraba como un tipo simple, en la busqueda modesta de una compañera que le diera algo de ternura, no como la perra de su ex "que sólo lo quería para concebir antes de los 30 con libreta firmada, casa, coche y perro".
Como yo no padecía ese tipo de desesperación, pero ya estaba aburrida de tanto sexo sine ira et studio… le di para adelante. Y aquí es donde viene el giro -obvio- esto es una historia de terror.
De pronto viene el primer fin de semana largo, y la primera oportunidad para compartir dos o tres días corridos…. y como imaginaran, me dice que no puede porque bla bla bla bla. Casi con fines estadísiticos, dejo pasar un tiempo y hago una segunda propuesta de pasar un par de días seguidos juntos, y obtengo el mismo resultado. El pibe se me estaba afantasmando mal. Una clásico, nada nuevo por cierto. Y bueno -me dije: quizás se arrepintió de ir tan rápido, volvió con su ex, o pegó de jackpot una sueca tetona en una tanguería de San Telmo. Whatever.
Nada de eso. PS era un impostor profesional, ni sapo, ni príncipe, ni viceversa: apenas un Tinder Sorpresa más -como le dicen ahora a la nueva pandemia.
Lo entendí de inmediato cuando una amiga me llama para contarme la misma historia: cruzamos el número de celular y… bingo!!! era el mismo. P.S. “trabajaba” de eso en varias redes. Se había inventado ese perfil tan sutilmente realista de hombre tan cansado de las imposturas románticas como del desencanto generalizado.
Como guionista, un capo.
En resumen, con su guión naturalista el tipo tenía garche asegurado todos los días de la semana, con un equipito de mujeres bien predispuestas (y nada mejor que coger con una chica esperanzada con su vida romántica). Y todo eso sin poner un peso, salvo en las dos primeras cenas, ponele. Total para cuando el hechizo se cortaba con las usuarias del primer equipo, ya tenía listo algunas del segundo equipito, cocinadas a fuego lento por chat y afines.
El único requisito de P.S. era que fueran mujeres sexualmente activas y mas relativamente lejos de la pre-menopausia. En Argentina lo decimos así: todo agujero es poncho, y si es gratis mejor.
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